La observación en gemología.

Apuntes de Gemología


Para observar un mineral adecuadamente no basta con mirarlo tal y como se encuentra, es decir, simplemente con nuestros ojos. Esto es solamente suficiente cuando visitamos un museo en el que los minerales se encuentran encerrados en vitrinas. Un amante de los minerales nunca se quedará en esta fase y procederá inmediatamente a examinar en un microscopio los fragmentos que obran en su poder.


Las lupas

¿Qué lupa podemos usar? Existen lupas de distintos tipos y, por tanto, de precios desiguales. Recomendamos no escatimar el dinero a la hora de comprarla, puesto que las diferencias son importantes. Se deberá tener, como mínimo, una buena lupa acromática de por lo menos 10 ó 12 aumentos. Es recomendable que esté montada en una estructura fuerte y resistente y, por último, sería conveniente que se pudiera atar con alguna pequeña cadena a fin de que no se pierda o se rompa en nuestra primera salida como exploradores.

El microscopio

Pero no basta con observar un mineral con nuestra vista, ni siquiera con una buena lupa; será preciso llevar el material encontrado y examinado así, rudimentariamente, a nuestra casa para poder allí examinarlo detenidamente con un microscopio. Es muy conveniente que éste sea binocular, con dos objetivos distintos que permitan observar simultáneamente la muestra desde dos ángulos distintos, dando lugar, por ello, a una visión tridimensional. Este tipo de microscopios no da lugar a aumentos muy considerables, puesto que es difícil encontrarlos de 100 aumentos y verdaderamente raros los que superan los 200. Existen en el mercado numerosos modelos destinados a satisfacer todo tipo de aplicaciones industriales y científicas. Podemos aprovechar el mismo microscopio para observar insectos, flores y minerales; ahora bien, observar un mineral requiere un aparato de mayor calidad que el que se precisa para observar una flor. Es tal la necesidad del microscopio para los viejos amantes de minerales, que muchos de ellos no han dudado en vender una buena parte de su colección con tal de tener un microscopio adecuado. Como norma general no recomendamos comprar un microscopio de bajo precio, en cuanto que estos incomodan y quitan gran parte de su encanto a quienes desean contemplar adecuadamente un mineral. Hemos de decir también que no es preciso tener un microscopio para iniciarse en el coleccionismo de minerales y que, realmente, hasta que no se tienen numerosos ejemplares no es preciso disponer de este aparato. Será, precisamente, la necesidad de observarlos la que motivará nuestra compra, que siempre deberá ser calmada, puesto que el aparato en cuestión nos durará largos años. Por regla general, el comprador de un microscopio que no esté especializado en el tema se fijará casi exclusivamente en el número de aumentos que posee su lente, cuando realmente este no es el aspecto importante de un microscopio, sin que por ello debamos olvidarlo. Con ello queremos decir que si bien disponer de una lente con muchos aumentos es importante, más importante es que esos aumentos no distorsionen lo que estamos viendo con colores dispersos y confusos, luminosidad escasa y campo visual reducido o poco nítido.


Lo más importante es obtener una visión perfectamente nítida con colores que sean los reales y con una luz adecuada. Un microscopio con 30 ó 50 aumentos puede servimos perfectamente, olvidándonos, por supuesto, del efecto "zoom", que si bien es muy atractivo, se resiente en calidad respecto a los objetivos manuales o fijos, que por otra parte son siempre menos costosos.

Es importante también el dispositivo de iluminación, puesto que para aumentos elevados se precisa una luz perfectamente blanca y muy intensa. Al mismo tiempo hemos de recordar que para muestras frágiles, la luz es peligrosa en cuanto que el calor que de ella dimana podría perjudicar irremediablemente la muestra conseguida. En cualquier caso, el precio de un microscopio es lo suficientemente elevado como para que, una vez que nos hemos decidido a comprarlo, al menos utilicemos adecuadamente el dinero, adquiriendo uno que satisfaga enteramente nuestras necesidades.

Los microscopios para mineralogía

Hasta ahora hemos estado hablando de microscopios para aficionados, pero queremos decir también algunas cosas sobre los microscopios de profesionales de la mineralogía. Estos no suelen ser binoculares, pareciéndose más a los clásicos microscopios usados por los médicos y los biólogos. Se diferencian de los mismos en que tienen un dispositivo que permite observar el mineral desde distintas orientaciones y se distinguen también por utilizar luz polarizada. Repetimos que el uso de estos instrumentos no es nada sencillo y presupone, en la mayor parte de los casos, el tener conocimientos de óptica cristalográfica además de una larga experiencia muy superior al nivel de un coleccionista medio. Por lo general, el coste de un microscopio profesional supera con creces (entre tres y 10 veces) el de uno binocular para aficionados.

El espectroscopio

Este aparato se utiliza especialmente en la gemología, aunque también tiene utilidad en la observación de minerales no gemíferos. Se caracteriza por descomponer la luz, es decir, si, por ejemplo, se examina la luz de una pequeña lámpara transmitida a través de un determinado mineral coloreado previamente, aparecerán bandas oscuras que pueden ser más o menos numerosas, y siempre colocadas en formas características permiten identificar algunas especies o variedades sin ni siquiera tocar el mineral.

El refractometro

Refractómetro de gemología. Mediante este instrumento pueden determinarse algunas características ópticas ( índices de refracción monorrefrigencia y birrefrigencia ) particularmente útiles para la determinación de una gema.


LA DETERMINACION DE LOS MINERALES

Como ya se ha dicho más veces, una especie mineralógica está caracterizada por la composición química y su estructura cristalina. Por tanto, para determinar exactamente la naturaleza de un mineral es necesario disponer de un análisis químico y de un análisis cristalográfico. El análisis químico, para distinguir las distintas variedades intermedias entre dos o más minerales distintos, deberá ser (si es posible) cuantitativo, es decir, deberá decir no sólo qué elementos están presentes en un cierto mineral, sino también en qué cantidad. Esta última información es absolutamente necesaria para disponer de los datos cristalográficos. Por ejemplo, utilizando los simples datos químicos para el hierro recordamos fácilmente que para cada mineral prácticamente da, en medida mayor o menor, reacciones características de tal metal, sin embargo, para que un mineral sea verdaderamente de hierro es necesario que éste esté presente en una cantidad tal que hace fundamental su presencia. Por tanto, a no ser que no tengamos datos exactos sobre su estructura cristalina y que esta sea absolutamente típica de un mineral de hierro, será necesario proceder a una valoración de la cantidad.

Análisis sólo de laboratorio

Ejecutar análisis químicos cuantitativos de ejemplares, a menudo pequeñísimos, que contienen varios elementos es labor frecuentemente muy difícil, reservada sólo a los laboratorios de investigación o profesionales (y no siempre se logra tener los aparatos necesarios). También el análisis cristalográfico no es una prueba que cada cual pueda ejecutar en su propia casa, sino que requiere unos aparatos adecuados y muy costosos. El costo de un análisis de este tipo es, sin lugar a duda, elevado; se parte de miles de pesetas para llegar, fácilmente, a unas decenas de millar. A veces se recurre a amigos que, disponiendo de medios analíticos adecuados, pueden hacernos el favor de hacer una determinación gratuíta. Más raramente es posible utilizar, de forma sistemática, la ayuda de estos amigos, puesto que en cualquier colección se deberían de realizar centenares de análisis. Los laboratorios, tan ligados a la búsqueda científica, pueden estar disponibles para ejecutar  gratuítamente una serie de pruebas, ya que en alguna medida tienen una elevada probabilidad de encontrar alguna cosa interesante para un estudio mineralógico. Por todas estas razones, se puede decir que la inmensa mayoría de los ejemplares de las colecciones mineralógicas (aquí comprendidas también las universitarias y de varios museos) jamás se han estudiado exhaustivamente, pues hasta los conservadores mas expertos y capaces no logran tener tiempo para ejecutar todas las pruebas (y tal vez no poseen ni siquiera los aparatos adecuados). Entonces, ¿nos debemos fiar o no de un "cartel" relativo a un cierto ejemplar que nosotros adquirimos o que se nos regala?

Sorpresas clamorosas

En efecto, no faltan clamorosas sorpresas, por ejemplo, en cierto museo recientemente se han dado cuenta que los ejemplares expuestos como calcosina, en realidad, casi todos están constituidos por otro sulfuro de cobre (digenita, djuleita, etc.). Análogamente, parece que los mejores ejemplares de thorteitita (silicato de escandio) noruegos se han expuesto, durante largo tiempo, como ejemplares de epidota. La cafarsita, un rarísimo arseniuro de hierro de la zona de Cervandone, se ha reconocido sólo recientemente; sus ejemplares mejores se consideraban como pirita oxidada. Se podían enumerar muchísimos otros casos, de hecho sucede a menudo que se nota algo raro en ejemplares comprados como especies comunes en forma, por ejemplo, de diminutos cristales que puede haber escapado a la atención de los precedentes propietarios. Quizá, y paradójicamente, este caso sea más común que el anterior, es decir, el de darse cuenta de que un determinado ejemplar considerado como raro es una especie común. Cuando esto sucede, lógicamente, se piensa que se debe todo a un error. Sin embargo, en general el valor de los fragmentos está más que nada ligado al valor estético, y por esta razón, excepto en casos excepcionales como los que hemos descrito, que se trate de una especie rara o bien de minerales comunes, no cambia mucho el precio del ejemplar. Deberá poner atención quien desee colocar conjuntamente una colección sistemática de especies raras, el procurarse ejemplares solamente de coleccionistas especializados y de conocida fama y confianza. Sin ello se tendrá solamente la ilusión de tener una enorme lista de nombres, no correspondiendo muchos de ellos a nada efectivo o carentes de interés.


LOS CRISTALES: ¿QUE SON?

Una de las peculiaridades del mundo de los minerales y que constituye una verdadera maravilla es el hecho de que la mayor parte o la casi totalidad de los ejemplares está constituída por cristales, es decir, por cuerpos de forma geométrica de tal perfección que no parece que puedan ser naturales. De hecho, las reacciones de un profano delante de las vitrinas de un museo de minerales indican casi siempre que el público "naturalmente" considera que los cristales expuestos se han preparado expresamente de esa forma para que resulten más bonitos.

El observador dotado de sentido crítico, por el contrario, se da cuenta rápidamente que sería virtualmente imposible obtener manualmente uno de esos cristales tal y como se exponen.

Las propiedades de los cristales

La pregunta surge de inmediato: ¿cómo es posible, entonces, que estos cristales se formen por sí solos en la Naturaleza y a qué se debe su perfección? En efecto, los cristales expresan una de las fundamentales propiedades del estado sólido, que es la de que cualquier sustancia en este estado está formada por una disposición ordenada de los átomos en el espacio. Esta disposición o situación es periódica y, por tanto, se repite con un cierto intervalo en las tres direcciones, además, casi siempre manifiesta simetrías de tipo rotatorio.

En otras palabras, rotando lentamente el cristal en las tres direcciones (ejes de simetría) o reflejándola sobre ciertos planos (planos de simetría), como si se tratase de espejos, o transponiéndola por la parte opuesta a través de un punto (centro de simetría) o rotándola y reflejándola al mismo tiempo según ciertas reglas, siempre aparece como era al principio. Además de la regularidad de sus caras, es justamente la existencia de esta simetría la que da lugar a la forma de los cristales tan bonita desde un punto de vista estético: recordemos, por ejemplo, los octaedros perfectos de fluorita o de magnetita, los cubos de sal común o de pirita o las maravillosas secuencias regulares de las distintas caras del apatito, de la vesubianita y en muchos otros ejemplares de minerales, especialmente procedentes de los Alpes.

Regresando a la cuestión esencial que nos ocupa sobre los cristales, es difícil comprender cómo los átomos se pueden unir entre ellos de un modo tan regular, formando edificios de enorme complejidad respecto a sus infinitas dimensiones. De hecho, es precisamente esta regularidad, que se produce ya en la escala atómica, de la que derivan la perfección y la armonía de las formas del propio cristal. Solamente el avanzado estudio de la química y de la física pueden abastecernos de una explicación satisfactoria de tal fenómeno: aquí expondremos solamente un brevísimo apunte. Ante todo, los átomos no se unen entre ellos por casualidad, en el sentido de permitir cualquier enlace, sino que existen reglas muy precisas que se intuyeron sobre una base muy concreta de carácter científico a fines del siglo XVIII. Estas reglas han sido plenamente confirmadas por todo tipo de observaciones, incluyendo la directa de las estructuras cristalinas que se puede obtener mediante estudios de rayos X. 

Se encuentra, entonces, que los átomos se unen en proporciones muy bien determinadas y con disposiciones características de ligazones: por ejemplo, en el diamante, en los compuestos semejantes a él, el átomo de carbono está en el centro de un tetraedro regular, o casi regular, en cuyos vértices se encuentran los demás átomos con los cuales está unido. No sólo, sino que también entre cada uno de estos átomos, la resistencia del lazo de unión asume un valor exacto característico del propio compuesto y más generalmente de un tipo particular de la serie de compuestos en cuestión. En otros casos, como, por ejemplo, el azufre, el rejalgar, etc, los átomos se unen efectivamente entre ellos, en pequeñas unidades (molécula), sin formar un enorme edificio mantenido unido por enlaces químicos; sin embargo, para la inmensa mayoría de todos los demás minerales no existen las moléculas. Incluso en los casos en que hay molécula, si la temperatura no es excesiva como para hacer fundir o volatilizar el sólido, estas se agregan las unas a las otras, atrayéndose por medio de enlaces débiles (fuerzas de Van der Waals) Si, a groso modo, podemos decir que cuanto más próximas estén las moléculas la una de la otra tanto mejor estarán en conjunto, siendo menor la energía compleja del sistema, la consecuencia lógica es que prevalece el mejor contacto y, por tanto, cuanto más compacto posible, mejor.

Las clases y sistemas de simetría



Elementos de simetría (en rojo): a)plano de simetrís; b)eje de simetría; c)centro de simetría


Para expresar la simetría de los cristales en general para cada tipo de cristal (y, por tanto, para cada especie), nos referimos a una clase de simetría, es decir, a un cierto grupo de operaciones de rotación, reflexión, etc. Se puede demostrar que no todas las operaciones están permitidas, puesto que muchísimas son incompatibles con la estructura periódica y también entre las que están permitidas no puede producirse cualquier combinación, puesto que existen sólo 32 casos posibles y, por tanto, sólo existen 32 clases de simetría. Tradicionalmente, estas clases se reagrupan de forma más o menos arbitraria en sistemas, y es justamente el sistema el que se indica generalmente para cada mineral. Los sistemas son siete, y del menos simétrico al más simétrico tenemos sucesivamente el triclino, el monoclino, el rómbico, el trigonal, el tetragonal, el hexagonal y el cúbico (o isométrico).                
                                         
Todos los cristales pertenecen a una de las clases de simetría, que se reúnen en siete sistemas.1,cristales cúbicos de pirita (sistema cúbico); 2,cristales de cuarzo ahumado (sistema trigonal); 3, cristal prismático de fosgenita (sistema tetragonal); 4,cristales prismáticos de apatito (sistema hexagonal). Derecha, de arriba abajo: 5, cristales prismáticos de antimonita (sistema rómbico); 6, cristal tubular de yeso (sistema monoclínico); 7, cristal tubular de cianita (sistema triclínico).
  
Subdivisión de los cristales en tres grupos cristalinos en función de la disposición de los átomos en las tres direcciones del espacio:
a)monométrico
b)dimétrico
c)trimétrico.






LAS MACLAS Y LA EPITAXIA DE LOS CRISTALES

Los cristales maclados

En el mundo de los minerales se nota con cierta frecuencia que existen grupos típicos de cristales unidos de forma regular: esto corresponde al fenómeno del maclado. Por ejemplo, existen a veces uniones en forma de "cruz" de dos cristales distintos (estaurolita, pirita), o bien, de "rodillas", con un característico ángulo entre los dos cristales distintos (rutilo), en "punta de lanza" (yeso), etc. Menos evidentes son, por el contrario, otros modos de maclado que pueden simular un solo cristal: por ejemplo, los llamados "maclas de Baveno", que se producen generalmente en la ortoclasa; son dos cristales distintos unidos entre ellos de forma tan perfecta que a simple vista se diría que son un único cristal prismático y alargado. Análogamente, existen también grupos de tres o más cristales distintos (macla múltiple) que simulan frecuentemente un único cristal: casos característicos y ya clásicos son las maravillosas maclas triples de aragonito, que proceden de Molina de Aragón, o también, los espléndidos crisoberilos, a menudo utilizados como gemas, que proceden de la región de los Urales (alejandrita) o de Brasil.


En otros casos se tiene un único cristal formado, en realidad, por innumerables individuos maclados. Esto sucede, sobre todo, cuando un mineral cristaliza a alta temperatura, según un cierto tipo de estructura cristalina, y después a temperatura más baja se transforma en otro
tipo de cristal. En el mundo mineral hay numerosísimos ejemplos de estas transformaciones, como la leucita, los feldespatos y algún sulfuro más o menos raro. Sin embargo, esta situación no es muy evidente a simple vista, y sólo se nota examinando las secciones del cristal por el microscopio. En algunos casos, incluso ni siquiera la observación microscópica es suficiente, dadas las dimensiones extremadamente diminutas de los individuos cristalinos, y las maclas se descubren solamente mediante un estudio de rayos X.

La epitaxia

Un fenómeno bastante semejante al de las maclas es la epitaxia. Aquí los cristales orientados uno de frente al otro, de forma regular, no son de la misma especie mineral, sino de especies distintas. También la epitaxia, aún siendo más rara que la macla, no es un hecho excepcional: pensemos, por ejemplo, los magníficos ejemplares de hematites con rutilo, que proceden de distintas localidades alpinas (sobre todo de Cavradi o de Cervandone), o bien, albita sobre ortoclasa de Baveno (y de muchísimos otros granitos). La epitaxia, como la macla, encuentra una analogía estructural sobre las caras que están en contacto. De hecho, la superficie de un cristal es menos positiva desde el punto de vista termodinámico, que el interior del propio cristal, dentro del cual, todos los átomos encuentran una situación óptima por cuanto se refiere al número y disposiciones de las leyes químicas. Por tanto, aunque hay siempre una cierta discontinuidad entre las dos partes de contacto que da lugar a un "reforzamiento", en las ligazones entre los átomos esta situación es, a menudo, favorable respecto a la superficie verdadera y propia; en otras palabras, la situación entre las dos partes en contacto resulta más próxima en el interior del cristal que en la superficie del mismo. En realidad, la explicación de este complejo fenómeno no es tampoco tan simple como aquí se expone, puesto que vienen a favorecer, ulteriormente, la situación de algunos tipos particulares de defectos (dislocaciones, etc.) del edificio cristalino.

Sobre la base de estas más complejas consideraciones, hoy se trata también de explicar cómo es posible que un determinado mineral se encuentre casi siempre maclado en determinados yacimientos, mientras que en otros puede faltar casi por completo (pensemos en las clásicas maclas en "cruz de hierro" de la pirita), o bien, tambien el fenómeno por el que algunas veces se tiene con mucha frecuencia un cierto tipo de macla y faltan, por el contrario, otras (piénsese en las maclas de ortosa, según la ley de "Carlsbad" o en los cuarzos del Brasil, que faltan constantemente en los filones de las rocas alpinas, mientras son prácticamente la regla general en algunas localidades).

La epitaxia favorece la industria, la maclación no

Desde un punto de vista práctico, por último, la presencia de maclas hace que muchos cristales sean inutilizables para aplicaciones industriales (el cuarzo piezoeléctrico no debe estar maclado), mientras que la epitaxia puede, a veces, ser utilizada para construir elementos con estratos de materiales distintos, monocristalinos, unidos perfectamente entre ellos, muy valiosos para aplicaciones en el campo de la electrónica. 

LA DENSIDAD DE LOS MINERALES

Un dato numérico relativamente fácil de obtener para las distintas especies minerales, y útil para su reconocimiento, es la densidad. Esta propiedad se define como la relación entre la masa y el volumen de un cuerpo y viene a menudo expresada con los mismos valores numéricos (gr/cm\3) del peso específico, por lo que parecería ser un sinónimo de éste. Sin embargo, entre la densidad y el peso específico existen las mismas relaciones que se dan entre la masa y el peso de un cuerpo, la primera es invariable, donde se encuentre (aparte las conocidas reglas de la relatividad que aquí no interesan), mientras que el peso de un cuerpo depende de la atracción de la gravedad, varía ligeramente de un lugar a otro y de forma radical si se lleva al espacio en vez de permanecer en la Tierra.

Cómo medir la densidad

La densidad coincide también en la práctica con el peso específico relativo respecto al agua, se puede medir de varios modos. El método más conocido es el de rellenar una pequeña botella (picnómetro) con agua introduciendo después fragmentos de mineral (después de haberlos pesado) y eliminando toda el agua que supera un cierto nivel. Volviendo a pesar la botella ya rellena y los fragmentos de mineral introducidos se obtienen todos los datos necesarios. Llamamos E al peso de la botella llena de agua, P al de la botella con agua y fragmentos de mineral y M al del mineral solo: por tanto, densidad será d = M/(E+M-P), de hecho E+M-P, no es otra cosa que el peso del agua desplazada por el mineral, que corresponde al mismo volumen del mineral, dado que el agua tiene una densidad de 1. Aunque el método del picnómetro es simple, en principio, ello conduce fácilmente a graves errores, sobre todo cuando se dispone de pocos fragmentos de mineral; por el contrario, cuando se dispone de cantidad de sustancia relativamente grande es fácil comprobar que los ejemplares sean verdaderamente homogéneos. Mucho mejores son los métodos que utilizan el sistema de hacer flotar una sustancia en una solución de densidad muy elevada, de hecho, un cuerpo también diminuto inmerso en un líquido logra flotar o, por el contrario, va al fondo, en función de la diferencia de densidad del orden de 0,01 o menos. Existen varias soluciones particularmente densas, que llegan incluso a una densidad de 4, muchas de las cuales son muy costosas (soluciones de Clerici, que contiene sales de talio muy venenosas) o bien tóxicas y corrosivas (líquido de Thoulet, solución saturada de iodomercurato potásico K2Hgl4, que alcanza hasta 3,196). Menos tóxicas son las combinaciones de bromoformo y yoduro de metileno, que llega a 3,3. Generalmente haciendo flotar en un cilindro un fragmento de mineral (poner cuidado para que no existan partículas adheridas al ejemplar) y diluyendo el medio hasta que el equilibrio sea indiferente, es decir, que no exista una clara flotación o un sumergimiento rápido, se obtiene una solución que contiene la misma densidad que el mineral; la densidad de esta solución puede ser a su vez medida con la denominada "balanza de Westphal". Más simplemente bastará con pesar un volumen conocido de la solución para valorar de modo satisfactorio este dato sin tener que acudir a aparatos "extraños".

Un método simplificado

Sin necesidad de tener que comprar aparatos complejos, bastará con preparar líquidos pesados previamente establecidos para algunos de los valores más importantes de la densidad, e incluso para algunos minerales. Por ejemplo, se sabe que la densidad del cuarzo es 2,65. Preparamos con cuidado una solución que posea la misma densidad del cuarzo, introduciendo pequeños fragmentos de este mineral y dejándolos en equilibrio indiferente (su presencia sirve todavía para controlar en el tiempo que las propiedades de esta solución han permanecido iguales). Introduciendo en tal solución una sustancia que podría ser cuarzo, ésta debería permanecer también en equilibrio indiferente: una solución semejante se podrá preparar también para el diamante, que es otra gema cuya densidad no varía notablemente, o bien se puede tener una completa serie de estas soluciones destinada para un determinado mineral de densidad conocida.

LA EXFOLIACION DE LOS CRISTALES

Una singular propiedad de los cristales es la de dividirse fácilmente según ciertos planos orientados de algún modo respecto al edificio estructural. No todos los minerales muestran esta propiedad de forma evidente: existen algunas estructuras cristalinas que dan lugar a facilísima exfoliación, y otras que, por el contrario, no dan lugar a este fenómeno. Por ejemplo, las micas, el talco, el grafito se dividen muy fácilmente exfoliándose según planos de menor cohesión estructural, observemos por qué sucede esto: la estructura de estos minerales está formada por "estratos" de átomos planos y paralelos entre ellos, en los cuales existen fuertes ligazones químicas, mientras que entre estrato y estrato las ligazones son más débiles. Esto pone de relieve la estrecha relación entre las propiedades físicas del cristal y su estructura, también en los casos en los que existen enlaces fuertes en todas las direcciones puede existir una buena exfoliación, pero jamás tan perfecta como en los casos límite antes descritos: por ejemplo, también en el diamante, la blenda, los feldespatos, etc. se nota una exfoliación evidente y esto depende de forma esencial del hecho de que por la misma razón por la cual la estructura cristalina se presenta ordenada en el espacio, deben, por lo general, existir varias direcciones de menor cohesión, aunque sus enlaces sean fuertes. Esto es, en otras palabras, que los planos de exfoliación corresponden a direcciones según las cuales los enlaces, si bien siempre muy fuertes, son menos fuertes que los otros y esto es suficiente para hacer dividir el cristal de forma regular.

Las posibilidades de la exfoliación


Ejemplo de exfoliación según la forma cristalina: exfoliación romboédrica de la calcita



Por medio de la exfoliación es muy simple obtener masas compactas de sólidos de forma regular que tienen todas las propiedades físicas de los cristales con caras naturales, dado que como éstos están constituidos por el mismo edificio cristalino, y desde un punto de vista físico se deben considerar cristales verdaderos y propios. Desde un punto de vista coleccionístico, aunque estos sólidos de exfoliación constituyen material de cierto valor (calcita, fluorita, etc.), siempre muy lejanos del valor de los cristales naturalmente terminados. La exfoliación, por último, está en la base de algunas propiedades mecánicas de ciertos minerales. De hecho, el grafito, la molibdenita, el talco, etc., es decir, las sustancias en las cuales este fenómeno se manifiesta más fácilmente, están generalmente dotadas de propiedades lubricantes (lubricantes secos), precisamente porque varios "estratos" de la estructura tienden, por así decirlo, a dividirse y a deslizarse el uno sobre el otro. También las micas, que por su excesiva dureza no se han empleado como lubricantes, tienen notables aplicaciones industriales que se basan en su facilísima exfoliación, esto permite obtener planos muy finos de notables dimensiones que se prestan para ser aislantes eléctricos, persistentes a temperaturas relativamente elevadas.






Las trazas de la exfoliación (izquierda, vistas al microscopio; derecha,esquematizadas en un cristal prismático) son delgadas grietas correspondientes a un comienso de exfoliación y se encuentran con más abundancia en los minerales de fácil exfoliación.




La talla de las gemas

También en la talla de las gemas la exfoliación tiene un papel importante. Por ejemplo, es célebre el primer golpe que se dio con un martillo a varios diamantes famosos y son ciertamente imaginables los sudores fríos de quien tomó una responsabilidad de tal género. De hecho, la posibilidad de dividirse, por así decir, instantáneamente a lo largo de un plano prefijado es una cosa muy sencilla para una piedra tan dura como el diamante que requiere mucho tiempo para dividirse adecuadamente. Sin embargo, la mayoría de las veces la exfoliación es una propiedad nociva, porque la piedra, por algun golpe imprevisto, puede dividirse involuntariamente.  

LA DUREZA DE LOS MINERALES

Desde un punto de vista mineralógico se define como dureza la resistencia que un mineral opone a ser rayado. Se trata, pues, de una propiedad que depende de la cohesión y, por tanto, de la estructura reticular periódica y discontinua del mineral.

El uso del valor de esta dureza

La dureza se utiliza con fines de diagnóstico, aunque no es posible tener una precisión, constancia y uniformidad de datos absoluta desde el momento en que se aprecian variaciones notables en relación a la calidad, forma e inclinación de la punta que opera para poder rayar un mineral. Por esta razón difícilmente en los tratados de mineralogía se relacionan los datos facilitados por los esclerómetros, que son los aparatos de medida de la dureza, prefiriéndose utilizar los valores de la vieja y empírica, pero siempre usada escala de Mohs.

La escala de Mohs

Se basa en el principio del mineral más duro que raya al más blando. Los grados son 10 y cada grado superior raya al inferior sin observar, sin embargo, un intervalo regular de dureza, entre un grado y otro. Los grados son: 1. talco; 2. yeso; 3. calcita; 4. fluorita; 5. apatito; 6. ortosa; 7.cuarzo; 8. topacio; 9. corindón; 10. diamante. Por tanto se dirá que un mineral tiene dureza 5 si como sucede con el apatito raya a la fluorita, pero a su vez la ortosa la raya a ella; también se suele utilizar los medios valores (2,5, 9,5, etc). Los dos primeros términos de la escala (talco y yeso) se rayan con la uña, los tres siguientes con una punta de acero, mientras que los otros (del 6 al 10) no se rayan ni siquiera con la punta de acero: por esto los minerales se suelen subdividir también en blandos, semiduros y duros.



LA REFRACCION Y LA DISPERSION DE LA LUZ

La refracción


El espato de Islandia muestra de un modo especialmente claro la bi-refracción. Por ello se le llama también “ espato doble”



Cuando un rayo de luz entra en un medio transparente y, por tanto, también en una piedra preciosa, se desvía formando un cierto ángulo cuya amplitud depende del mayor o menor valor del cambio de velocidad. Tal disminución de velocidad se debe a su vez al roce provocado de las partículas que forman el material: este fenómeno óptico se conoce con el nombre de refracción.

El índice de refracción

Por índice de refracción (I.R.) de una gema se entiende la relación entre la velocidad de la luz en el aire (aproximadamente 300.000 km/seg.) y la velocidad de la luz en el mineral (que en el diamante desciende a sólo a 125.000 km/seg.). Si hacemos la división (300.000:125.000) resulta que el índice de refracción es en el caso del diamante muy alto, aproximadamente de 2,4. En definitiva, este mineral, si bien es transparente, ralentiza muchísimo el paso de la luz. La determinación del I.R. constituye en gemología un importantísimo examen de diagnóstico porque a cada tipo de gema le corresponde un determinado valor dentro del índice de refracción. Esta prueba se efectúa en laboratorio con un instrumento denominado refractómetro.

La dispersión

Fenómeno de la dispersión de la luz: si un rayo luminoso (luz blanca) atraviesa un
prisma se descompone en todos los colores del rojo al violeta.


El fenómeno de la dispersión consiste, por el contrario, en la capacidad de un medio transparente de descomponer la luz blanca en sus siete colores del espectro, dando un abanico que va del rojo (el menos desviado) hasta el violeta (el más desviado). Esta franja de colores divergentes desde un único origen es más o menos larga según el material, por lo que la medida de dispersión también es una importante prueba de diagnóstico. Tal coeficiente en el diamante es alto y corresponde a un 0,44 (en el cuarzo, por ejemplo, es solamente un 0,013).

El efecto de la dispersión que recuerda un poco el arco iris es evidente sobre todo en las gemas incoloras o ligeramente coloreadas caracterizadas por un coeficiente superior a 0,025.

LA IRIDISCENCIA Y LA OPALESCENCIA

La iridiscencia

Si las esferas de un mismo "estrato" de ópalo tienen un diámetro próximo al de la longitud de onda de la luz visible (menos de un micrón) y son todas iguales, tiene lugar el fenómeno de la difracción de la luz, que se hace evidente por un maravilloso juego de colores cambiantes según el ángulo de observación del ópalo. Pero hay más: del diámetro de las esferas depende el color dominante de los "rayos" lanzados por una piedra. En esto está, por tanto, la verdadera explicación de la iridiscencia (o irisación) de los ópalos nobles, y no rige ya la teoría (válida hasta los años sesenta) que se basaba en la refracción de la luz dentro de los estratos y fisuras alternadas entre ellos.


El color de las piedras preciosas depende de su grado de absorción de las radiaciones luminosas. Foto superior la iridiscencia de la labradorita; en el centro, crisoberilo “ojo de gato”; abajo, la “estrella de asia”, de 300 quilates, el segundo zafiro estrellado mayor del mundo: el asterismo se debe a la reflexión de la luz provocada por pequeñísimas inclusiones aciculares.



La opalescencia

Si, por el contrario, las citadas esferas muestran dimensiones distintas entre ellas
(algunas muy grandes y otras muy pequeñas, respecto a la longitud de onda de los colores que componen la luz), la difracción no puede tener lugar y el ópalo, más que iridiscente, resulta, por así llamarlo, "mudo": esto significa que tiene solamente la segunda de las dos peculiaridades de los ópalos, la opalescencia: el aspecto más o menos lechoso, que se observa mirando a contraluz la mayor parte de estas piedras.

Ópalos australianos 44 quilates (izquierda) y 30 quilates (derecha). Las manchas de color se deben a la difracción de la luz.




 Escrito por: Alejandro Glade R.





No hay comentarios:

Publicar un comentario