Aún después de haber estado enterrado por siglos o milenios, o sumergido en las aguas, el oro es incorruptible, éste conserva su brillo sin variación alguna. La tumbaga (una aleación indígena de oro y cobre) o la plata, cambian de color y textura bajo la influencia de diversos factores físicos y químicos, pero el brillo del oro y sus demás cualidades, perduran de tal modo que este metal se ha convertido, a través de la historia, en un símbolo de la eternidad.
El oro es de carácter sacrificante en las religiones, ofrendatorio, pues es un elemento grato a los dioses. El sol es un disco de oro, es el padre del oro y se nutre de oro; éstas ideas se encuentran en casi todas las culturas del mundo donde haya oro, el mejor ejemplo es de los egipcios, de modo que el nexo entre el oro, la esfera sobrenatural y el poder es una constante del pensamiento humano y, por cierto, transciende las fronteras de las religiones más avanzadas. Sean los fondos dorados de los mosaicos bizantinos, los Budas dorados o el profuso dorado de las iglesias del mundo hispano, siempre la connotación del oro ha inspirado un sentimiento de reverencia y hasta de temor.
Muchas sociedades del pasado y del presente el orfebre se
relaciona con el mago. Ese orfebre, es un transformador pues al manipular y
trabajar el oro, darle una forma culturalmente significante, hace pasar la
materia de un estado profano a lo sagrado; es decir que con el conocimiento
científico y tecnológico del orfebre casi siempre se asocia un elemento mágico,
el de la transformación. Aún una técnica tan sencilla como el martillado, puede
ser sorprendente por la facilidad con que un pequeño grano de oro se convierte
en una gran hoja, del espesor de un papel finísimo y mayor maravilla debieron
causar las técnicas tan diversas e ingeniosas del orfebre, como lo son las
llamadas de la cera perdida, la mise en couleur, la falsa filigrana y tantas
otras más.
En las crónicas del siglo dieciséis se habla de objetos de
oro y se dice que los indígenas usaban joyas de oro en profusión, sea en
ocasiones rituales, sea al enfrentarse con el enemigo e incluso se las ponían
durante trabajos comunales. Por ser el oro un metal blando, estas piezas
seguramente no constituían una especie de coraza sino tenían otras funciones
que, muy probablemente, se relacionaban con el resplandor del oro. Obviamente,
la orfebrería precolombina estaba destinada a ser contemplada a la luz de un
sol tropical, a la lumbre vacilante de un fogón o una antorcha de las que
iluminaban el interior de los recintos.
También dicen las crónicas de entonces que los indios
llevaban mantas u otras prendas de vestir, sobre las cuales estaban cosidas
cantidad de plaquitas de oro.
El oro se asociaba con el sol por su resplandor, y con ello adquiría un significado seminal, fertilizador, vital y aún un poder político. Las joyas de oro eran usadas por hombres y mujeres; el brillo daba presencia al portador y el guerrero, cacique o chamán, cuando cubría su cuerpo con oro, afirmaba así una actitud dominante, frente a sus congéneres o enemigos. No se trataba aquí de un despliegue de riquezas sino de una afirmación del poder luminoso del binomio oro-sol, personificado en algunos miembros de la comunidad.
Un aspecto que aparentemente influía mucho en la apreciación que el indígena hacía de sus artefactos de metalurgia, era su color. En la orfebrería precolombina se observa una amplia gama de colores, que va desde el amarillo pálido hasta el rojizo obscuro de la tumbaga y del cobre. Ello depende de la pureza del oro o del porcentaje de cobre que se le añade. La relación que el color metálico pueda haber tenido con el uso específico de un objeto, es decir el grado de su valor sobrenatural —no utilitario— aún no ha sido investigado en Colombia, pero promete resultados interesantes si tenemos en cuenta que entre muchas tribus indígenas actuales existe un muy complejo simbolismo de colores. Por ejemplo, hay ciertas tribus indígenas que distinguen por lo menos doce diferentes tonalidades en la gama entre amarillo y rojizo. Todos estos tonos significan ciertas categorías e intensidades de energía solar, siendo el amarillo claro el más benéfico, mientras que los colores cobrizos conllevan cierta idea de peligro, de enfermedad. Entre los mismos indios, el brillo de un adorno de cobre es diagnóstico para el estado de salud de su portador. Por otro lado, en la mitología se habla repetidas veces de casos en que los zarcillos de oro o de cobre de una persona se voltearon “hacia adentro”, es decir hacia la cara, y no brillaron más, lo que pronosticó la inminente muerte del portador. Falta añadir que el particular olor del cobre o de la tumbaga, al manosearlos, siempre ha llamado la atención de los indígenas y ya en el siglo dieciséis el Padre Bartolomé de las Casas anotó este hecho.
El resplandor del oro es pues más que un mero reflejo, más
que un fenómeno que se percibe ópticamente; según los indígenas, contiene una
energía la cual se transmite a los seres humanos y que, en toda su esencia, es
fertilizadora.
Por: Alejandro Glade R.
Por: Alejandro Glade R.
excelente publicacion, felicitaciones
ResponderEliminarJesus Antonio T, encantado de saber que se leen mis publicaciones, no todo el mundo pone comentarios, agradecido por el suyo. Esperando tenerlo nuevamente por este blog...Muchos saludos.
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